domingo, 13 de diciembre de 2009

el vampiro que llevamos dentro




Ésta no es una película típica de vampiros. Es más bien, una metáfora sobre la infancia y lo solitaria y cruel que puede resultar. Su protagonista, Oskar, un niño de doce años hijo de padres separados, en medio de un paisaje, el sueco, invernal y un tanto desolador va mostrando su soledad: en la escuela es objeto de burla, lo llaman el cerdito y le pegan. El niño muestra una especie de comportamiento reprimido cuando está por fuera de su casa, donde ensaya con un cuchillo lo que le gustaría hacerle a sus compañeros. En ese momento es sorprendido por una joven de su misma edad, llamada Eli, que descalza y sin abrigo lo observa a sus espaldas, y le advierte, después de hacerse notar, que nunca podrá ser amiga suya. Eli es la vampira de la historia y tiene doce años desde hace mucho tiempo. Desde el principio se establecerá una relación de complicidad de un marginado a otro, una historia de amor, una historia de amistad. Cuando Oskar descubre el secreto de su nueva vecina, y le reprocha ser una despiadada máquina de matar, ésta le recuerda que no son tan distintos como piensa, en realidad ella hace lo que él no se atreve: devolver el golpe de forma radical y absoluta.

La película habla de más cosas, y no se trata de hacer un resumen pormenorizado, pero sí era necesario mostrar la parte de violencia, crueldad y soledad que se esconde en el argumento, y que supone el elemento de cohesión para hilvanar un discurso sorprendente, que escapa al encasillamiento del género. Podría sumarse a la película La mujer pantera de Jacques Tourneur: el uso de lo extraordinario, cierta visión mítica o mágica de la existencia para plantear conflictos que arrastramos diariamente y que no sabemos cómo racionalizarlos lo suficiente para exorcisarlos de forma definitiva.

Me llama mucho la atención la naturalidad de los protagonistas, los niños son auténticos, el ambiente en general es auténtico y cotidiano. Por eso las partes rodadas de cine fantástico, no vienen del exterior sino del propio interior, aún así se combinan acertadamente, el escenario se compagina con la truculenta historia. La nieve, el frío, un tiempo casi estancado, componen el marco perfecto para que florezcan las expresiones más inverosímiles y, sin embargo, cercanas.

Déjame entrar dirigida por Tomas Alfredson y basada en la novela de John Ajvide, estrenada este año en las pantallas españolas, ha pasado sin pena ni gloria, con favorable acogida por parte de la crítica, a la sombra de las adaptaciones de la saga de Meyers. Otro de estos sucesos azarosos que posiblemente llegarán a explicarse con el tiempo.

Óscar Hernández


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